“Cultura viene de cultivo, de cultivar, esto es, dar sentido al pasado y en el presente preparar el futuro de los hombres y los pueblos a través de la educación y la cultivan sus anhelos, esperanzas y proyectos... ya que es la cultura en última instancia la que permite al desarrollo la verdadera finalidad que el mismo pueda tener”.
Leopoldo Zea: (1974. Dependencia y liberación en la cultura latinoamericana. México: Joaquín Mortiz.)

Una frase bien intencionada expresa que “la cultura es parte del desarrollo”. Creo yo que es justo al revés, el desarrollo es parte de la cultura. Desde la economía agrícola del Nilo, pasando por la rural del Medioevo hasta la neoliberal capitalista, todas fueron y son expresión de sus culturas. Si una cultura se debilita, también lo harán tanto los impulsos como las instituciones que hicieron posible su economía. Esto es una realidad que debería hacer pesar las decisiones en cuanto a la construcción de un desarrollo sustentado en el tiempo, tanto global como su expresión local.

¿Cuáles son entonces estos conceptos que estando en constante fluctuación y transformación dan lugar a los nuevos movimientos  sociales, políticos y económicos que hacen que la cultura ya no sea tomada como un mero estadio abstracto? Pues los valores culturales.

Los valores de una sociedad cambian con el tiempo, a través de transiciones más o menos súbitas que dan lugar a un cambio de época. Por caso, estamos ahora mutando desde la modernidad unidimensional según la posición Crítica de Marcuse, hasta el momento hacia la actualidad posmoderna con el ciudadano transformado en consumista. De una sociedad uniformada, sostenida por un proyecto social, ejecutado paternalmente por el Estado, hemos pasado (y lo estamos haciendo aún), a una sociedad marcada por el individualismo, lo particular, de la vindicación de los intereses personales. En consecuencia, las comunidades han pasado al frente de sus problemas; de sus cuestiones éticas y morales.

La vida urbana es el espacio simbólico para que los nuevos valores culturales se manifiesten. Y es la sociedad civil la que, preocupada por su estado de situación, impone y reclama espacio político y económico. Reclama digamos, su ciudadanía plena. 

Tal vez en pocos ámbitos ha sido más devastadora la nueva sensibilidad cultural que en la política. El rechazo a la fuerza uniformadora de los grandes modelos o proyectos sociales y la valorización de la individualidad, han debilitado considerablemente la mayor parte de los clásicos referentes políticos: las ideologías, los partidos, los sindicatos y las instituciones per se. Es más, se ha distorsionado hasta la ambigüedad el concepto de representación. Las preocupaciones e intereses del común de la gente se ven hoy soportados y representados en las pantallas de la televisión mas que en los dirigentes políticos y los parlamentarios.

Las consecuencias más importantes de éstos cambios de época, se han producido además, en el ámbito de la identidad, de la subjetividad de las personas, que tienden a apartarse de paradigmas, imperativos y códigos externos, y a forjarse a partir de la propia interioridad y de sus circunstancias. Hay menos confianza en la protección que brinda el apego a una norma y más capacidad para crear identidades propias. Despunta una preocupación más personal o humana por "el otro”.

El resultado de este nuevo valor se observa en la necesidad o búsqueda de interés por lo grupal, es decir, lo asociativo. Esto es, frente a la desprotección y a la desigualdad que genera el desequilibrado predominio del mercado y de la competitividad; la sociedad se configura en la búsqueda de espacios, redes y asociaciones en donde apoyarse y construir identidades. Generar pues, subjetividad y cultura; participación y ciudadanía. Y éste es entonces el principal motor de la reivindicación y el auge  de las autonomías regionales y municipales. Tendencias provocadoras de un Desarrollo Local y Global que puedan sustentarse con paso firme en el tiempo.

.                                                         Lic. Sergio Bravo